Guatemala me conquistó apenas crucé la frontera. Me
recibieron obsequiándome unas bolsitas tejidas multicolores, que llevaban en su
interior unos muñequitos, acompañados de
una leyenda que cuenta que si uno los
coloca debajo de la almohada al dormir
cuando se tiene un problema, al otro día el problema desaparece.
Esa bienvenida sumada a la riqueza cultural y geográfica de
Guatemala, me hizo suponer desde un primer momento que este país me atraparía….
Pero no imaginé cuanto hasta que no empecé a adentrarme en sus tierras y a
compartir con su gente…
El Lago Atitlán,
ubicado en el departamento de Sololá y a unos 1562 metros sobre el nivel del
mar es una parada obligada para todo el que visita estas tierras. Con una
superficie de 130 kilómetros cuadrados y rodeado de montañas y tres volcanes,
recibe a diario cientos de turistas que se maravillan al ver todo el paisaje
reflejado en sus aguas calmas, y rodeadas de pintorescos pueblos étnicos de
descendencia maya que aún mantienen sus costumbres.
Más allá de su paisaje, la energía que se respira allí, hace
comprender el por qué fue elegido por varios centros de meditación como lugar
para establecerse.
Cada uno de los pueblitos indígenas, a pesar de mantener su
lenguas, su vestimenta y parte de sus costumbres intactas, hoy llevan nombres
de Santos Católicos y apóstoles, lo que me impresionó al ver hasta qué punto se
enraizó la conquista en estas tierras. El trabajo de evangelización fue tal que
las iglesias en su mayoría se encuentran sobre lo que antiguamente eran sitios
sagrados mayas, y la población abandonó sus creencias y se convirtió al
cristianismo.
San Pedro, San
Marcos, San Jorge, Santiago….etc. De los que recorrí, el único que mantiene su
nombre original es “Panajachel”, que es la principal puerta de entrada al Lago,
y desde donde salen embarcaciones que funcionan como “taxis” para moverse de un
pueblo a otro.
La vida en los pueblos es muy tranquila. De callecitas
estrechas, empedradas, y con grandes pendientes. Caminar por ellas me recordó
mucho a la vida en el altiplano. Los indígenas con sus ropas coloridas, usando
los típicos guipiles tejidos a mano. Los hombres pantalones cortos, camisas y
una especie de chalecos, y en sus cabezas sombreros parecidos a los texanos.
Las mujeres polleras, blusas también de guipiles, y en la cabeza pañuelos contorneados
que sostienen el cabello. Cada pueblo se diferencia del otro por los colores
utilizados en su vestimenta, y por sus lenguas: K`iche, Kalchique y tzuùtujil,
etc.
En cuanto a las tareas la mayoría de las mujeres se dedican
a tejer los guipiles, a la venta de artesanía y a las tareas domésticas. El
trabajo del campo es más la tarea de los hombres, cultivando mayormente
frijoles y maíz, que es la principal base de su alimentación. A pesar de tener el
lago allí, la pesca no es mucha, ya que el tamaño y número de peces ha
disminuido notoriamente en el último tiempo.
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